II.
Nada.
Esa debió ser la respuesta cuando me preguntaste:
¿Qué te dicen las olas?
El roce perseguido de tus dedos era suficiente.
Y te mentí.
Después vinieron aquellos días de luz inacabable
y tú confirmaste, sólo con una sonrisa, su presagio,
y el vómito de sangre que brotó del cráneo
de sapo
bautizó finalmente todas las palabras.
Llegaron los perseguidos
manchando de falsos colores el lienzo que compartimos
y de nuevo destruí los templos
donde a menudo cobijé mi alma.
Han transcurrido los años
y las máscaras enterradas escriben las viejas historias
haciendo que cada anochecer aparezca más lejano el reflejo de tu
sombra.
¿Qué queda de aquellos refugios?
Defendí mi sexo
enterrándolo dentro de ella
como quien defiende su tesoro maldito
y las hijas del viejo hechicero tampoco lograron encontrarlo.
Atesoré las retinas de los peces capturados
en las inaccesibles lagunas de la cumbre
y permanecí oculto durante años
esperando que pasaran todos mis enemigos.
Deseé hasta el infinito
que el ritmo de los tambores pulsara de nuevo
llevando a tierras lejanas el mensaje secreto.
Sacrifiqué todo lo valioso.
Y me maldigo.
Y maldigo a las estrellas que no consiguieron caer
y maldigo al bosque nevado que guardará las pisadas descalzas del que
huía
y maldigo a las olas que callaron aquel día y para siempre
y me maldigo.
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